Grigori Perelman: El matemático que demostró la Conjetura de Poincaré y rechazó un millón de dólares
Grigori Perelman: El matemático que demostró la Conjetura de Poincaré y rechazó un millón de dólares
Imagina cruzarte con este hombre en la calle, con aspecto descuidado, barba indomable y ropa desgastada. Podrías pensar que es simplemente uno más en la fría inmensidad de San Petersburgo. Pero te estarías equivocando. Este hombre es Grigori Perelman, una de las mentes matemáticas más brillantes que ha pisado la Tierra, y cuya historia desafía nuestra comprensión de la fama, el dinero y el éxito.
Porque sí, este mismo hombre rechazó, en 2010, un premio de un millón de dólares. ¿El motivo? Había demostrado la Conjetura de Poincaré, uno de los 7 "Problemas del Milenio", el único que hasta la fecha ha sido resuelto. En un mundo obsesionado con la fortuna y el reconocimiento, la decisión de Perelman representa todo enigma: ¿Por qué alguien que vive al borde de la pobreza daría la espalda a semejante cantidad de dinero?
Grigori Perelman en una de las últimas fotografías que se le han podido hacer en San Petersburgo.
No era la primera vez que lo hacía. Años antes, en 2006, ya había desairado la Medalla Fields, el equivalente al Premio Nobel en matemáticas. Su respuesta fue tan tajante como reveladora: "No me interesa el dinero ni la fama. No quiero que me exhiban como un animal en un zoológico."
Mientras la élite matemática mundial disecciona su revolucionario trabajo, Perelman vive recluido, casi invisible, en un modesto apartamento en San Petersburgo. Se ha aislado por completo del mundo académico que una vez cautivó.
Esta es la fascinante historia del hombre que resolvió el misterio matemático más importante del siglo y, después, simplemente decidió desaparecer. Acompáñame a descubrir quién es Grigori (Grisha) Perelman.
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Esta increíble historia cobra aún más vida. Puedes ver el reportaje completo, con imágenes y detalles adicionales, en nuestro canal de Youtube.
Grigori Yakovlevich Perelman nació el 13 de junio de 1966 en Leningrado. Desde muy joven, su madre, Lyubov, una matemática que había dejado su carrera por la familia, intuyó que Grisha era especial. Su visión la llevó a inscribirlo en un programa para jóvenes talentos dirigido por el respetado Sergei Rukshín.
Allí, Grisha no solo encontró un espacio para sus números; encontró su pasión y, más importante, un refugio. Las matemáticas eran perfectas para su naturaleza solitaria, meticulosa y su implacable búsqueda de la perfección.
En la prestigiosa escuela secundaria 239, especializada en ciencias, Grisha destacaba en todo... menos en educación física. Su mente estaba calibrada para resolver problemas complejos. Sin embargo, necesitaba un pequeño empujón, un catalizador que despertara su ambición: el fracaso.
Llegó al círculo de matemáticas de los Jóvenes Pioneros con 10 años, ya con un talento notable. Pero allí, encontró competencia. Al principio, otro chico, Alik Levin, era el número uno. El "primer fracaso" de Perelman llegó en octavo curso, quedando segundo en la Olimpiada Matemática de la ciudad y luego en la de toda la Unión Soviética. Pero esos segundos puestos no lo hundieron; encendieron una llama. A partir de ese momento, nunca más volvió a perder en una competición matemática.
A pesar de sus dificultades sociales, su talento era tan evidente que personas clave en su vida lo protegieron. Lograron que fuera admitido en la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Leningrado, algo notable considerando las cuotas discriminatorias que limitaban el acceso de judíos. La estrategia: asegurarse de que formara parte del equipo olímpico ruso de matemáticas, garantizando así su entrada directa a la universidad.
No solo entró; brilló. A los 16 años, en las Olimpiadas Matemáticas de Budapest, logró un resultado perfecto: 42 puntos de 42 posibles. Medalla de oro. Su prestigio crecía exponencialmente en el competitivo sistema soviético.
Resultados Grigori Perelman Olimpiada Matemática 1982
Era una época en la que Perelman vivía en su propio universo matemático, ajeno a la realidad exterior. Se doctoró en 1990 y comenzó a trabajar en el Instituto Steklov, el corazón matemático del país. Todo parecía ir viento en popa... hasta que el mundo cambió. La Unión Soviética colapsó, y con ella, la estabilidad para muchos científicos.
Instituto Steklov.
Forzado por las circunstancias, Perelman emigró. En septiembre de 1992, aterrizó en Nueva York para una estancia en el prestigioso Instituto Courant. La adaptación fue dura. Vivía modestamente, indiferente al brillo de Manhattan. Para él, Estados Unidos era un laboratorio, no un destino turístico. Prefería la compañía de los problemas a la de las personas.
Pero su genialidad no pasó desapercibida. Los matemáticos estadounidenses quedaron asombrados por su habilidad para ver conexiones que nadie más percibía.
Después de Nueva York, se trasladó a California, a la Universidad de Berkeley. Allí, hizo una inusual amistad con el joven profesor chino Gang Tian. Juntos, alquilaban coches y conducían hasta Princeton para escuchar a los grandes. Fue en uno de esos viajes donde conoció a Richard Hamilton, especialista en Geometría, quien le habló del flujo de Ricci, una herramienta clave que podría resolver la Conjetura de Poincaré. Hamilton le confesó que estaba atascado en un punto crucial: las singularidades.
Richard Hamilton, especialista en Geometría, puso sobre la pista a Perelman para encontrar el camino a la demostración de la Conjetura de Poincaré.
Ese encuentro fue decisivo. Perelman, que ya conocía la conjetura, vio algo que Hamilton no. Una posible solución. Pero en aquel momento, prefirió que fuera su colega quien siguiera el camino.
Tres años después, su estancia en EE. UU. terminaba. Tenía ofertas de las mejores universidades: Princeton, Stanford, Columbia. Parecía destinado a una brillante carrera en América. Incluso se estaba adaptando, mejorando su inglés, sacando el carnet de conducir.
Pero entonces, Perelman leyó un nuevo artículo de Hamilton y se dio cuenta: seguía atascado. Le escribió: "Creo que sé cómo avanzar." No hubo respuesta.
Para Perelman, ese silencio fue una señal. Compró un billete de vuelta a Rusia. Tenía una misión: necesitaba paz y soledad para trabajar. América, con sus clases y obligaciones, no se lo permitiría.
Con unos ahorros y una visión matemática clara, Grisha Perelman regresó a San Petersburgo, listo para enfrentarse al mayor desafío matemático del siglo. No sabía que esa decisión redefiniría su vida para siempre.
La Conjetura Imposible
Henri Poincaré, el brillante matemático francés lanzó en 1904 una pregunta que desafiaba nuestra percepción del espacio. Simplificando mucho: ¿Es toda forma tridimensional cerrada, sin agujeros ni bordes, equivalente a una esfera?
Henri Poincaré.
Su complejidad era tal que en el año 2000, el Instituto Clay de Matemáticas la incluyó entre sus 7 Problemas del Milenio, ofreciendo un millón de dólares a quien la resolviera.
Aunque parezcan abstractas, estas grandes preguntas matemáticas son fundamentales para expandir nuestro conocimiento. Las ecuaciones de Einstein, puramente teóricas en 1915, son hoy la base del GPS de tu teléfono. No sería descabellado que el legado de Poincaré y Perelman tenga aplicaciones prácticas en el futuro.
Durante casi cien años, nadie pudo responder a Poincaré. Matemáticos brillantes de todo el mundo lo intentaron sin éxito. Hasta que llegó Perelman.
Grigori sabía que necesitaba nuevas herramientas. Recordó el flujo de Ricci de Hamilton. Despojado de dudas, decidió llevar esa idea al límite. Durante siete años, trabajó en completo aislamiento, ajeno al ruido del mundo. Desarrolló técnicas innovadoras y, finalmente, encontró la respuesta.
¿Qué haría cualquier investigador en su lugar? Publicar en una revista prestigiosa, anunciar el logro a bombo y platillo. Pero Perelman no era cualquier investigador.
El 11 de noviembre de 2002, en un gesto radical, Perelman subió su demostración a arXiv.org, un repositorio online para matemáticos, lejos de los formalismos tradicionales. Sin ruedas de prensa, sin comunicados, solo 39 páginas de ecuaciones tituladas "La fórmula de la entropía para el flujo de Ricci y sus aplicaciones geométricas". Fue como lanzar una bomba atómica en un plácido pueblo: al principio, nadie entendió la magnitud.
Demostración de Conjetura de Poincaré publicada por Grigori Perelman en Arxiv.org en 2002.
La comunidad matemática reaccionó con escepticismo. ¿Cómo podía un hombre recluido, sin afiliación universitaria, haber resuelto solo uno de los problemas más complejos de la historia? Pero quienes conocían el talento innato de Perelman se lo tomaron en serio.
Para verificar la solución, la Fundación Clay reunió un equipo internacional. Al principio, admitieron que solo Perelman parecía capaz de interpretarla. Poco a poco, desentrañaron la compleja madeja.
Expertos como John Morgan y Gang Tian dedicaron tres años a analizar cada detalle. En 2006, el anuncio: Perelman tenía razón. La Conjetura de Poincaré era ahora un teorema. Grigori Perelman había resuelto el único Problema del Milenio con solución hasta la fecha. Richard Hamilton, cuya herramienta fue clave, reconoció después que Perelman había logrado lo impensable.
El mundo entero miraba a San Petersburgo, esperando su aparición, una declaración. Pero Grigori Perelman, el hombre que descifró el misterio del siglo, ya estaba planeando su siguiente jugada: desaparecer para siempre de los focos.
El Precio de Ser un Genio
Tras la confirmación de su solución, Perelman aceptó dar cuatro conferencias magistrales en universidades de Estados Unidos. Pero lo hizo bajo sus estrictas reglas: sin prensa, sin entrevistas, sin desvíos del tema matemático. Y sin grabaciones. Estas presentaciones fueron una excepción temporal, quizás por un sentido del deber hacia la prueba misma, no por deseo de interactuar.
Era extraño para alguien que había buscado el aislamiento durante siete años. Pero viéndolo en retrospectiva, quizás fue solo un último acto de comunicación matemática directa antes de su retirada definitiva.
Al regresar a San Petersburgo, Perelman dejó gradualmente de responder correos. Este silencio marcó el inicio de su reclusión. En 2005, dimitió de su puesto en el Instituto Steklov. Para él, "las matemáticas se han acabado".
Dejó de hablar de matemáticas. Su círculo social se esfumó. ¿Capricho de genio o la desesperación de un hombre cansado y decepcionado?
Y en medio de su creciente necesidad de aislarse, llegó 2006, el año de su 40 cumpleaños, trayendo consigo el reconocimiento mundial y una nueva "pesadilla".
La Unión Matemática Internacional le concedió la Medalla Fields. Más de 3.000 matemáticos se reunieron en Madrid para la ceremonia, presidida por el Rey Juan Carlos I. Se anunciaron los premiados... pero Perelman no apareció. Había rechazado el premio. "No quería convertirme en un animal de zoológico", repitió. Era la primera vez en la historia de la Medalla Fields que alguien la rechazaba. Para Perelman, la ética era innegociable. Sus maestros le habían inculcado que las matemáticas son la ciencia más moral, donde solo existe la verdad o la mentira.
Grigori Perelman rechaza la Medalla Fields.
Pero los reconocimientos continuaron. En diciembre de 2006, la revista Science nombró su demostración como el "Avance del Año". El Daily Telegraph lo incluyó entre los 100 mejores genios vivos.
Pero la verdadera conmoción llegó con un reportaje de investigación en el New Yorker por Sylvia Nasar (autora de "Una mente maravillosa") y David Gruber. Revelaron un escándalo internacional: algunos matemáticos intentaban despojar a Perelman de su mérito. El artículo señalaba al matemático chino Shing-Tung Yau y sus alumnos, acusándolos de intentar atribuirse el crédito principal de la solución, argumentando que Perelman solo había presentado una perspectiva diferente.
Cuando el reportaje se publicó, pocos colegas salieron en defensa de Perelman, quien, lógicamente, se sintió profundamente ofendido. "El mundo de las matemáticas está podrido", habría dicho. "La ética lo ha abandonado." Cualquier esperanza de recuperarlo para la comunidad se esfumó con esta constatación. Y eso que el gran premio aún estaba por llegar.
Llegamos a la primavera de 2010. El Instituto Clay, tras un notable retraso, se vio obligado a reconocer oficialmente que uno de sus 7 Problemas del Milenio estaba resuelto y que, por tanto, Grigori Perelman era el merecedor del millón de dólares. Este es el trofeo que se creó para la ocasión.
A pesar de sus rechazos anteriores, Perelman dudó.
Su madre confirmó por teléfono: "Grisha está pensando". ¿En qué pensó durante casi 100 días? Nadie lo sabe con certeza. Pero la mayoría coincide en que no era una cuestión de dinero. La especulación principal gira en torno a Hamilton. Perelman sentía que debía reconocer la contribución de quien le habló del flujo de Ricci. Siempre sostuvo que el aporte de Hamilton era tan significativo como el suyo propio.
En ciencia, hay una regla tácita: los premios son para quienes "cruzan la meta". Pero para Perelman, esa regla era insuficiente si implicaba ignorar contribuciones fundamentales o validar un sistema que consideraba injusto.
Tras 100 días de silencio, Grigori rompió el mutismo para revelar el motivo de su rechazo: desacuerdo con la comunidad matemática."No me gustan sus decisiones; las encuentro injustas", dijo. En junio de 2010, se celebró en París la ceremonia del Premio del Milenio. Landon Clay, con el trofeo en la mano, simplemente anunció que había un problema menos en matemáticas. Todos sabían por qué Perelman no estaba allí y por qué no aceptaría el dinero. Aceptar ese millón habría significado traicionar sus principios.
Trofeo para Grigori Perelman por demostrar la Conjetura de Poincaré que nunca llegó a recoger.
Irónicamente, la tranquilidad y el anonimato que tanto anhelaba Perelman se desvanecieron. Rechazar un premio tan grande generó más expectación que nunca. Portadas de todo el mundo lo convirtieron en una celebridad global.
Demostró un problema que solo un puñado de personas en el planeta pueden entender. Es casi absurdo pensar que le interese nuestra opinión. Como él mismo habría dicho: "La verdad no necesita testigos."
Más de 15 años después, Grigori Perelman sigue viviendo en uno de los barrios más humildes de San Petersburgo, alejado de toda gloria. Algunos colegas no perdonan su retirada, considerándolo egoísta por abandonar el mundo académico. Pero para Perelman, parece claro que la ética y la búsqueda pura del conocimiento prevalecen sobre el reconocimiento y las estructuras sociales.
Mientras otros acumulan premios, él sobrevive con lo mínimo: su humilde apartamento, paseos solitarios y visitas a la panadería local, donde lo reconocen por su barba canosa y su eterno abrigo. Las últimas imágenes suyas, captadas en 2023, lo muestran en un vagón de metro, impasible ante las miradas curiosas.
Su vida, despojada de todo lo superfluo, es un enigma que desafía la lógica de un mundo obsesionado con la fama y los likes. La historia de Grigori Perelman nos obliga a preguntarnos qué significa realmente el éxito y cuál es el verdadero precio de una mente que solo busca la verdad.
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