Nellie Bly: La Periodista que Cambió las Reglas del Juego

En septiembre de 1887, una joven de apenas 23 años cruzaba las puertas del Psiquiátrico para mujeres de la Isla de Blackwell en Nueva York. Su mirada errática y su comportamiento extraño habían convencido a médicos y jueces de que padecía una "locura incurable". Lo que nadie sabía es que detrás de esa fachada de demencia cuidadosamente construida se escondía una mente brillante con una misión: documentar desde dentro los horrores de una institución sobre la que circulaban terribles rumores.

Esta valiente mujer no era otra que Elizabeth Cochran, conocida por el mundo como Nellie Bly, una periodista que estaba a punto de revolucionar para siempre las reglas del periodismo y cambiar el curso de la historia social estadounidense.

Índice
  1. Los Orígenes de una Rebelde
  2. Diez Días en el Infierno
  3. La Voz de los Sin Voz
  4. La Vuelta al Mundo en 72 Días
  5. El Legado de una Pionera

Los Orígenes de una Rebelde

Elizabeth Jane Cochran nació el 5 de mayo de 1864 en Cochran's Mills, Pennsylvania, un pequeño pueblo que llevaba el nombre de su padre, Michael Cochran, quien ejercía como juez y era propietario de molinos y tierras. Su infancia, inicialmente acomodada, cambió drásticamente tras la muerte de su padre cuando ella tenía apenas 6 años.

La familia, con un total de 15 hijos que mantener, pasó por tiempos difíciles. Para intentar mantener cierta estabilidad, su madre, Mary Jane, se casó de nuevo, pero tras años de maltrato tomó una decisión revolucionaria para la época: divorciarse, algo que en la América de 1879 condenaba a una mujer al ostracismo social.

La falta de recursos obligó a Elizabeth a abandonar la escuela y sus ambiciones de ser maestra para centrarse en ayudar a su familia. En 1880, se mudaron a Pittsburgh, donde acogieron a huéspedes para poder pagar las cuentas. Allí, una joven Elizabeth observó de primera mano la lucha diaria por la supervivencia y las limitadas opciones laborales disponibles para las mujeres.

El punto de inflexión en su vida se produjo cuando leyó un artículo titulado "Para qué sirven las mujeres" en el diario local Pittsburgh Dispatch. Indignada por el contenido sexista que argumentaba que el lugar de la mujer era el hogar y no la calle, Elisabeth escribió una carta demoledora dirigida al periódico y firmada como "Huérfana Solitaria". El editor, George Madden, quedó tan impresionado con su forma de expresarse que le ofreció un puesto como reportera profesional, algo inusual para una mujer en esa época.

Artículo 'Para qué sirven las mujeres' que originó el enfado de Elisabeth.

Fue entonces cuando nació "Nellie Bly", el pseudónimo con el que pasaría a la historia. El editor se inspiró en una canción popular de Stephen Foster para crear este nombre que convertiría a Elizabeth Cochran en una marca de periodismo valiente y revolucionario.

Diez Días en el Infierno

Sus inicios no fueron fáciles, puesto que el periódico pronto recibió quejas de lectores sobre su contundente forma de escribir y fue reasignada a las páginas femeninas para cubrir moda, sociedad y jardinería, el papel habitual de las mujeres periodistas, algo que para ella supuso un duro golpe profesional.

Bly se vio cada vez más limitada en su trabajo en el Pittsburgh Dispatch y por eso, con sólo 21 años, aceptó servir como corresponsal extranjera del periódico en México. Su aventura mexicana concluyó 6 meses después, tras denunciar prácticas abusivas por parte del gobierno republicano de Porfirio Díaz. Como buen dictador, no aceptaba bajo ningún concepto que la prensa cuestionase sus decisiones políticas, amenazó con arrestar a la periodista y ésta se vio obligada a huir del país.

Nelly Bly dejó el Pittsburgh Dispatch en marzo de 1887 y emprendió rumbo a la ciudad de Nueva York. Se enfrentó a rechazo tras rechazo porque los editores de noticias no consideraban contratar a una mujer. Sin dinero, y después de cuatro meses, apunto de tirar la toalla, le llegó la oportunidad que cambiaría para siempre su vida y las reglas tradicionales del periodismo.

Elisabeth logró por fin acceder a las oficinas del periódico insignia, The New York World y conocer a su editor, el histórico Joseph Pulitzer, cuyo apellido da nombre a los galardones periodísticos más importantes que existen hoy en día en todo el mundo. El magnate de la prensa había revolucionado el periodismo con sus métodos agresivos y sensacionalistas, pero sobre todo pasaría a la historia como el gran precursor del periodismo de investigación. Él supo ver el potencial de una joven de 23 años dispuesta a llegar más lejos que muchos en su afán por denunciar las injusticias sociales.

Las oficinas del New York World bullían de actividad. Entre el caos de periodistas, editores y el incesante tecleo de las máquinas de escribir, Pulitzer planteó a Elisabeth una propuesta que cualquier periodista habría rechazado de inmediato. "Quiero que te encierren en un manicomio", le dijo. "Fingirás estar loca, te internarán y escribirás sobre lo que ocurre allí dentro."

"¿Y cómo me sacarán una vez que esté allí?", preguntó ella, consciente del peligro. "No lo sé", respondió Pulitzer con franqueza, "pero te sacaremos."

Los rumores sobre los horribles tratos a las pacientes en el hospital psiquiátrico para mujeres de Blackwell's Island llevaban años circulando, pero nadie había logrado documentarlos. No había plan de escape definido. No existían garantías. Solo una promesa vaga de rescate y la determinación inquebrantable de una joven periodista dispuesta a arriesgarlo todo por una historia que nadie se había atrevido a contar.

Hospital psiquiátrico para mujeres de Blackwell's Island.

Para esta misión casi suicida, Elizabeth necesitaba convertirse en otra persona y prepararse para el papel más difícil de su vida: fingir locura de forma convincente. Pasó varias noches frente al espejo practicando expresiones y gestos que simularan demencia. Ensayó miradas vacías, murmullos incoherentes y movimientos erráticos. Cada detalle debía ser perfecto. Un solo error podría delatarla o, peor aún, condenarla a permanecer encerrada indefinidamente.

Su plan consistía en instalarse en una modesta pensión para mujeres y actuar de forma tan extraña que las propias huéspedes llamaran a las autoridades. No necesitaría fingir un episodio violento ni una crisis espectacular. Bastaría con inquietar lo suficiente a quienes la rodeaban.

La estrategia funcionó a la perfección. Tras negarse a dormir, afirmar que las demás huéspedes "parecían locas" y mostrar comportamientos extraños, las mujeres de la pensión, alarmadas, llamaron a la policía. Nellie fue llevada ante un juez, donde continuó su actuación fingiendo amnesia y confusión. El juez, desconcertado, ordenó un examen médico. Varios doctores la evaluaron, y todos llegaron a la misma conclusión: estaba indudablemente loca.

"Positivamente demente", sentenció uno de ellos. "Un caso sin esperanza. Debe ser internada donde alguien pueda cuidarla", informó otro. Lo más impactante no fue la facilidad con la que Nellie engañó a los médicos, sino la ligereza con la que estos supuestos expertos diagnosticaron su locura. Sin pruebas exhaustivas, sin historial médico previo, sin siquiera interrogar a familiares. Una mujer sola, que actuaba de forma extraña, era inmediatamente catalogada como demente y enviada a un manicomio.

El 26 de septiembre de 1887, Nellie Bly cruzó las puertas del Psiquiátrico para mujeres de Blackwell's Island. Lo que encontró dentro superó sus peores pesadillas.

Las condiciones eran aún más infrahumanas de lo que había imaginado: comida podrida, agua contaminada, baños forzados en agua helada que provocaban neumonía, ropa harapienta e insuficiente para el frío, y lo más aterrador: enfermeras y médicos que ejercían una crueldad deliberada contra las pacientes.

"Las enfermeras que debían cuidar a las enfermas eran más crueles que las guardianas de prisión", escribiría Bly después. "Golpeaban a las pacientes si no seguían órdenes que ni siquiera entendían".

Lo que Nellie Bly estaba documentando no era simplemente negligencia institucional, sino un sistema diseñado para quebrar a las mujeres. Un sistema que utilizaba la etiqueta de 'locura' como excusa para encerrar a aquellas que no encajaban en los moldes sociales establecidos. Y lo más aterrador era que cualquier mujer, por el simple hecho de comportarse de forma 'inapropiada', podía acabar en aquel infierno.

El hospital psiquiátrico hacinaba a 1.600 mujeres en unas instalaciones con capacidad para 1.000, pero lo que más impactó a Nellie fue descubrir que muchas de las internas estaban perfectamente cuerdas. Algunas eran inmigrantes que no hablaban el idioma y no podían comunicarse con las autoridades. Otras, víctimas de abusos atroces o que luchaban por sobrevivir en la pobreza y fueron relegadas al hospital. Independientemente de si padecían enfermedades mentales antes de ingresar, el trato que recibieron allí las dejó en un estado psicológico aún peor.

Durante diez terribles días, Nellie vivió bajo un peligro constante. Si cometía un solo error en su actuación, si mostraba demasiada lucidez o curiosidad, podría quedar atrapada indefinidamente en aquel hospital. Las enfermeras, sospechando algo extraño en ella, la sometieron a pruebas humillantes. Cada día era una lucha por mantener su papel mientras documentaba mentalmente el horror.

Tras diez días de pesadilla, un abogado del periódico New York World consiguió su liberación. La escena fue casi cinematográfica: el abogado, acompañado por el jefe de redacción del periódico, se presentó con los documentos necesarios para sacar a Nellie del asilo.

Lo asombroso fue la facilidad con la que lograron liberarla. La misma institución que había declarado que padecía una "locura incurable" ahora la dejaba marchar sin cuestionar el diagnóstico previo ni realizar nuevos exámenes. Bastó una solicitud formal de un periódico importante para que las puertas se abrieran.

El 9 de octubre de 1887, apenas días después de su liberación, el buque insignia del periodismo neoyorquino ofreció a los lectores la primera entrega del reportaje con el titular 'Tras las rejas del manicomio'. En su relato, Nellie Bly describió con crudeza las condiciones inhumanas que imperaban en el asilo de Blackwell's Island.

Reportaje 'Tras las rejas del manicomio' de Nellie Bly

Un amplio y demoledor documento en primera persona que provocó un auténtico terremoto social. Para cuando se publicó la segunda entrega una semana después, con otro gran despliegue, Nellie Bly ya no era solo una firma de un artículo de periódico, sino una auténtica referencia del nuevo periodismo de investigación. El éxito de estos artículos fue tan extraordinario que, ese mismo año 1887, todos los reportajes se recopilaron y publicaron en forma de libro bajo el título "Diez días en un manicomio".

El impacto fue inmediato y devastador. La indignación pública fue tan abrumadora que las autoridades no pudieron ignorar las denuncias. El fiscal del distrito convocó a un gran jurado para investigar las condiciones del asilo, y la propia Nellie Bly fue llamada a testificar sobre los abusos que había presenciado y sufrido durante su internamiento. Sus detalladas descripciones fueron corroboradas durante la investigación oficial.

El impacto más tangible e inmediato del reportaje de Bly fue un aumento sin precedentes en el presupuesto destinado a las instituciones de salud mental. Según los registros históricos, el Departamento de Caridades Públicas y Correcciones de Nueva York pasó de un presupuesto de 1,5 millones a 2,3 millones de dólares, con 50.000 dólares específicamente destinados a mejorar las condiciones en Blackwell's Island. Más allá del aumento presupuestario, el trabajo de Bly provocó cambios estructurales en el funcionamiento de los asilos, con mejoras en las condiciones básicas, protocolos médicos más rigurosos, control del personal para evitar abusos e incremento de las inspecciones y la transparencia.

La valentía de una sola mujer que se atrevió a fingir locura para exponer la verdad no sólo salvó a cientos de mujeres de condiciones inhumanas, sino que estableció un precedente histórico sobre el poder del periodismo para impulsar reformas sociales profundas y duraderas.

La Voz de los Sin Voz

Si crees que después de infiltrarse en un centro psiquiátrico, Nellie Bly decidió vivir de su éxito, nada más lejos de la realidad. Su propósito era redefinir los límites del periodismo y de lo humanamente posible.

Tras el terremoto social causado por su reportaje en Blackwell's Island, Nellie Bly no se conformó con ser una estrella mediática. Armada con su libreta y una determinación de acero, se sumergió en los rincones más oscuros de Nueva York para destapar todo tipo de injusticias sociales.

Así, en noviembre de 1887, publicó el artículo "Las chicas que hacen cajas", donde relató su experiencia trabajando en una fábrica de cajas de papel ubicada en Elm Street.

Bly se infiltró como obrera y documentó las duras condiciones laborales: jornadas de 10 horas diarias, salarios miserables que comenzaban en $1.50 por semana y prácticas abusivas como obligar a las aprendices a trabajar dos semanas sin paga para "aprender el oficio". Las trabajadoras, muchas de ellas niñas, soportaban ambientes mal ventilados y peligrosos, con pegamento tóxico que impregnaba el aire. Su detallada descripción reflejaba un entorno donde el trabajo infantil y la explotación eran moneda común y demostró que las fábricas no eran sólo lugares de trabajo, sino espacios donde la dignidad humana era sistemáticamente violada.

Como es lógico, el reportaje generó de nuevo indignación pública y contribuyó al creciente movimiento por la reforma laboral en Nueva York, que llegaría años más tarde. En realidad, el objetivo de Nellie Bly no era cambiar las leyes, aunque por supuesto sus contundentes informaciones contribuyeron a ello, sino más bien a colocar a esa capa privilegiada de la sociedad neoyorkina victoriana ante el espejo que muchos se negaban a mirar o que directamente obviaban.

En octubre de 1889, soltó otra bomba en forma de reportaje con un titular asombroso: "Nellie Bly compra un bebé". La periodista había entrado en las cloacas de un mercado que convertía a recién nacidos en mercancía.

Se hizo pasar por una compradora y encontró a mujeres como la Dra. Dimitre, que operaba desde una casa de apariencia respetable. Allí, entre cortinas de encaje y frascos de perfume, se negociaba con vidas humanas. "Un alma inmortal vendida por diez dólares", escribiría Bly con rabia. Los bebés —algunos de apenas horas de vida— eran escondidos en rincones oscuros, enfermos y mal alimentados, mientras las vendedoras regateaban precios como si fueran muebles usados.

Pero lo más aterrador era la indiferencia. Nadie preguntaba qué destino esperaba a esos niños. Ni los médicos que omitían registrar los nacimientos, ni las autoridades que perseguían a ladrones de pan pero miraban hacia otro lado cuando se vendían bebés. Bly documentó cada detalle.

El reportaje fue un puñetazo a la moral hipócrita de la época. Nellie no solo denunciaba; obligaba a Nueva York a retratarse ante sí misma. Porque, en los callejones que los ricos nunca pisaban, la esclavitud no había desaparecido. Solo había cambiado de nombre.

La Vuelta al Mundo en 72 Días

Después de destapar la miseria en fábricas y el infame mercado de bebés, Nellie Bly ya había demostrado que no tenía miedo a meterse en las entrañas más oscuras de la sociedad. Pero ahora, iba a por un desafío distinto. Ya no se trataba de infiltrarse en la sombra, sino de lanzarse a la luz pública global para romper otro tipo de barrera: la que decía que una mujer no podía conquistar el mundo.

En 1888, Bly le propuso a su editor en el New York World convertir la fantasía de Julio Verne, "La vuelta al mundo en ochenta días", en una hazaña real. Un año después, el plan recibió luz verde. El objetivo: batir el récord ficticio de Phileas Fogg.

El 14 de noviembre de 1889, a las 9:40 de la mañana, Nellie Bly subió a bordo del Augusta Victoria, un vapor que la llevaría desde Hoboken, Nueva Jersey, a través del Atlántico. Su equipaje era casi insultante por su minimalismo: el vestido que llevaba puesto, un abrigo resistente, unas pocas mudas de ropa interior y una pequeña bolsa de viaje con lo esencial. El dinero, unas doscientas libras esterlinas en billetes y oro, además de dólares americanos, iba seguro en una bolsa atada al cuello.

Lo que no sabía era que la carrera tendría un giro inesperado. El periódico rival, el Cosmopolitan, había enviado a otra periodista, Elizabeth Bisland, a hacer exactamente lo mismo... pero en dirección contraria. Una competición secreta diseñada para alimentar el morbo y vender periódicos. Bly no se enteraría de la existencia de su rival hasta llegar a Hong Kong. ¿Su reacción? Encogerse de hombros. "Yo no compito", dijo.

Su viaje fue una odisea cronometrada. Pero Nellie no era una turista con prisa. Incluso en plena carrera, su instinto periodístico no descansaba. En China, se desvió para visitar una colonia de leprosos. En cada puerto, observaba, anotaba, analizaba. Denunció el tráfico de opio en Hong Kong, las condiciones coloniales en Ceilán. Su viaje no era solo velocidad, era también reportaje. Estaba mostrando el mundo a sus lectores, con sus luces y, sobre todo, con sus sombras.

Tras Hong Kong, llegó a Japón. Y desde allí, la travesía más larga y temida: el Océano Pacífico. Un viaje "tempestuoso", según sus propias palabras, hasta alcanzar San Francisco. La costa americana. Estaba de vuelta en casa, pero la carrera aún no había terminado.

Para el último tramo, Pulitzer no escatimó recursos. Un tren especial fletado por el World la esperaba para cruzar Estados Unidos a toda velocidad, mientras el país entero seguía su avance. Finalmente, el 25 de enero de 1890, el tren llegó a Nueva Jersey. Lo que la esperaba era indescriptible. Miles de personas abarrotaban la estación y las calles. Cuando desembarcó, sonaron cañonazos desde Manhattan y Brooklyn.

Su tiempo oficial: 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos. Había destrozado el récord de Phileas Fogg por casi ocho días. También había vencido a su rival, Elizabeth Bisland, que llegaría cuatro días después. Nellie Bly, la periodista que se había hecho pasar por loca para transformar la atención en salud mental, que se había infiltrado en fábricas para denunciar condiciones laborales deplorables, que había sacado a la luz el perverso negocio con recién nacidos, se convertía ahora en la persona que había dado la vuelta al mundo más rápido que nadie en la historia.

La hazaña la convirtió en una leyenda viva. El mundo entero celebró su triunfo, no solo como un récord de velocidad, sino como una victoria simbólica para las mujeres de todo el planeta. Había demostrado, una vez más, que para ella, la palabra "imposible" era sólo una opinión.

El Legado de una Pionera

Podría haberse retirado, vivir de las rentas de su fama estratosférica. Pero esa no era la verdadera Elizabeth Cochran. Y Nellie Bly era su armadura.

Poco después de su histórico viaje dejó el World, quizá harta de la sombra de Pulitzer o buscando nuevos horizontes. Durante un tiempo, se dedicó a escribir novelas y dar conferencias. Luego, en 1895, sorprendió a todos casándose con Robert Seaman, un millonario industrial casi 40 años mayor que ella. Parecía una contradicción, pero Nellie nunca hizo las cosas como se esperaba.

Tras la muerte de su marido en 1904, se hizo cargo de sus empresas, la Iron Clad Manufacturing Company. Y aquí viene otra faceta increíble: se convirtió en inventora. Patentó un nuevo diseño de lata de leche y un apilador de basura. Pero la gestión empresarial no era lo suyo, o quizá la corrupción y las malas prácticas la superaron. Fraudes de empleados la llevaron a la bancarrota y a una larga batalla legal.

Nellie Bly no cabía en ninguna caja. Rompió moldes como periodista, como viajera, como empresaria... incluso cuando fracasó, lo hizo a su manera, sin pedir permiso ni disculpas. Era una fuerza imparable y el periodismo llamó de nuevo a su puerta.

En 1914, con la Primera Guerra Mundial a punto de estallar, Nellie volvió a la carga. Viajó al frente oriental como corresponsal de guerra para el New York Evening Journal. Otra vez, pionera. Sus crónicas desde Austria y Serbia ofrecieron una perspectiva única y cruda del conflicto.

Regresó a Nueva York en 1919 y continuó escribiendo, ahora desde una columna de opinión. Ya no eran los grandes reportajes de investigación pero siempre se mantuvo pegada a los temas sociales, abogando por los derechos de las mujeres –especialmente el sufragio, que por fin se conseguiría en 1920– y ayudando a encontrar hogar para niños abandonados. Seguía siendo la voz de los sin voz.

El 27 de enero de 1922, Nellie Bly murió de neumonía en Nueva York. Tenía solo 57 años. Demasiado joven. Demasiado pronto para una mujer que parecía haber vivido mil vidas.

¿Cuál es el legado final de Nellie Bly? Más allá de que fue pionera en el que hoy conocemos como periodismo de investigación, lo fundamental es que no sólo contó buenas historias; sino que cambió la historia. Demostró que el periodismo, el buen periodismo, puede ser una herramienta poderosa para la reforma social. Y quizá lo más importante: obligó a la sociedad a mirar donde no quería y a confrontar sus propias miserias.

Nellie Bly nos enseñó que a veces, para cambiar las reglas, primero hay que romperlas. Fue rebelde, sí. Incómoda, también. Pero su rebeldía no era capricho; era una herramienta afilada contra la injusticia. La niña que perdió su fortuna familiar y vio el abuso de cerca se convirtió en la mujer que dedicó su vida a exponer el abuso de poder, ya fuera en un manicomio, una fábrica, o en las estructuras invisibles que limitaban a las mujeres.

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